Antes el hambre, ahora el terror
Origen, desarrollo y final (incierto)
El hambre y el colonialismo:
El siglo XVII y el XVIII, y hasta inicios del XIX, mostraban un mundo dividido entre los países colonialistas europeos, encabezados por España, Inglaterra, Portugal, Holanda, Francia, y los estados previos a la aparición de Alemania, Italia, etc.
En Africa, se saqueaban las riquezas naturales (oro en Sudáfrica) piedras preciosas, minerales, maderas, en varios sitios; las riquezas arqueológicas robadas como botín (Egipto); las personas comerciadas como esclavos, consideradas en el mismo plano que los animales, trasladadas a puertos extraños, a los que llegaban diezmadas por la peste, para ser vendidas como mercancía para ser explotadas luego, en otras actividades promovidas por ese mismo impulso de saqueo.
En el Sur de Asia, La India e Indochina, presentaban una explotación similar en lo material, y si no se promovía el comercio de personas, era porque se las necesitaba incorporadas en la producción de los bienes a llevar, el saqueo arqueológico en ambas zonas, era similar al de Africa, y en algunos casos (India) lo superaba.
En América, las riquezas naturales de acceso directo, en minerales fueron casi diezmadas (Potosí es un ejemplo) y junto a las vegetales explotadas con regímenes semiesclavistas (como la mita, y la encomienda), movilizados de un lugar a otro de acuerdo a las necesidades de esa explotación y diezmados cuando no se sometían a ese yugo.
En este caso se invocaba su no pertenencia a la religión (in-fieles) para poner a las personas en un plano inferior como argumento de su explotación, a lo que colaboraba la otra denominación con que se los caracterizaba “Indios” que si bien provenía de la confusión de la búsqueda de la India por occidente, se abría a su interpretación también como palabra compuesta: “in-Dios”, o sea sin Dios.
Es más, cuando las órdenes religiosas, como los jesuitas, empezaron a generar con buen trato a los grupos originarios, fuentes de producción que no remitían a las coronas (Misiones jesuíticas de Argentina, Paraguay y Brasil) sino que generaban crecimiento económico local, fueron removidas con acuerdo papal, para cerrar esa instancia contraria al criterio de saqueo.
Cruzaban el Caribe las dos líneas de salida de la producción priorizada por España, la del Pacífico sur (oro y madera de Valdivia, plata y oro de Potosí) que cruzaban por Panamá-Portobello- Cartagena para ir a España, y la del Galeón de Manila, que traía, vía Acapulco-Veracruz-La Habana-España las producciones de especias y otras materias primas, de Filipinas y La China.
En esa zona del Caribe se concentraba la piratería especialmente inglesa, pero también francesa y holandesa que buscaba apropiarse de esos “botines” transoceánicos.
No es casual que la caída del poder español en América, coincida con el agotamiento de las minas de Potosí, y la falta de rentabilidad de la línea de China-Filipinas de transporte de especias y materias primas, ante la flexibilización de otras líneas más directas, en manos de otras potencias colonialistas, y la de Portugal con la disminución del comercio de esclavos, absorbido por Inglaterra en sus colonias, y ya inicialmente rechazado como práctica por el resto de las naciones (esencialmente porque disminuía en esa condición, el rendimiento de su trabajo, y no tanto por cuestiones humanitarias).
Al mismo tiempo y con el final del siglo XVIII y comienzos del XIX empieza el cambio de sistemas de producción de bienes y servicios, encerrado en la llamada “Revolución Industrial” encabezado por Inglaterra, seguida de cerca por su heredera Estados Unidos, y luego imitada por varias potencias europeas, entre las que se destacaban Alemania y Francia. Quedan relegadas de este cambio, aferradas a su modelo anterior, de transferencia de colonias a metrópoli, ya cerrado: España y Portugal, que perderán colonias y poder económico, y entrarán en un oscuro período de hambruna interna.
El hambre, tan temido, afectó a las zonas ligadas a esa explotación en América, y a las propias España y Portugal, pero en el inmenso continente americano, las migraciones permitían buscar nuevos espacios y recursos (prevalentemente agroganaderos y mineros) que en las metrópolis ya estaban agotados, y se inicia un proceso inverso de migración transoceánico que seguirá hasta el siglo XX.
La guerra anglo-boer del sur de Africa en 1906, preanuncia los conflictos entre países colonialistas en este nuevo marco económico, que llegarán a su terrible climax en la primera y segunda guerra mundial.
La irrupción de la Unión Soviética, apoyada sobre los criterios marxistas de la lucha de clases, discutirá sobre la “titularidad” de las propiedades entre el estado y el particular, pero no podrá romper con esta nueva estructura de la producción dependiente de los recursos energéticos y la producción de armas para sostener poder, que llevarán a su caída a fines de los ochenta. Lo que es peor, entrará y colaborará en este proceso de sublimación de esas líneas económicas al igual que su heredera la nueva Rusia.
Africa muestra hasta donde se distorsiona la economía local apoyada en ese colonialismo devorador de los recursos energéticos (y todavía de otras materias primas) que se explotan hasta agotarse, con la connivencia de dirigentes locales “amigos”, proveyendo cuando era necesario los recursos mínimos de supervivencia de las poblaciones necesarias para extraerlos, hasta que terminado el saqueo, se levanta el control político y social ejercido muchas veces “manu militari”, dejando a esos países con profundas crisis sociales y políticas y sin recursos de abastecimiento, provocando las hambrunas que hoy conmueven al mundo, con sus intentos suicidas de migración.
Europa se victimiza ante tal situación como receptora de los migrantes, pero no se responsabiliza por haber generado las causas de tal situación, ni colabora a lograr en esos países una economía que evite tales tragedias. Africa está abandonada a su suerte.
Los recursos energéticos, el nuevo colonialismo, y el terror:
Después de la segunda Guerra Mundial, se desarrolla una búsqueda de recursos energéticos, que generará nuevas relaciones entre países, o sea un nuevo orden internacional, con eje en esos requerimientos, y sobre esa necesidad, aparecerán otras"colonizaciones".
Los aliados de la segunda guerra, dejan de serlo, cuando los intereses sobre gas, petróleo y armas, se oponen, y así empiezan a “colonizar” nuevos países productores, operando muchas veces sobre gobiernos, o sectores internos de los mismos, afines a sus intereses, apoyándolos con políticas y/o con armas si las mismas son necesarias para llegar al poder y/o sostenerlo, o derrocándolos, remitiendo esos apoyos a grupos opositores, cuando no son fieles seguidores de sus directivas.
Así al mismo tiempo se entrecruzan los negocios de producción y comercialización de gas y petróleo y los de producción y comercialización de armas, pero ya no solo involucran a países como estructura de estados, sino a corporaciones, que en muchos casos logran por peso económico, ostentar más poder que los propios estados, imponiendo a los mismos las políticas que las favorezcan.
Así la atención del mundo pasó a centrarse en los países con grandes reservas o ya activamente productores de gas y petróleo, centrando sus miras en oriente medio, con excepciones como Venezuela, o la reciente irrupción de Brasil. Países con gran desarrollo económico como Japón o ahora China e India, para potenciar sus industrias, intervienen también en este juego de final incierto.
En Afganistán, privilegiado productor de gas sobre el que la URSS había centrado sus atenciones, la entrada norteamericana apoyando con armas a los talibanes para contener la invasión rusa, desembocó en la directa generación de los grupos armados que dieron origen a Al Qaeda, interviniendo las corporaciones al mismo tiempo, enancadas en los negocios comunes de las familias Bush y Bin Laden, y otros grupos con intereses comunes.
Empezó a ligarse la distribución de armas a grupos paramilitares y/o militares, que defendieran intereses sobre recursos energéticos, de estados o corporaciones, con el terror generado para apoyar o forzar decisiones funcionales a esos intereses.
Pero las semillas ya habían sido sembradas de antemano; ambas potencias (al igual que Francia) habían provisto armas durante la guerra Irak-Irán entre dos colosos de la producción petrolífera, cuando el “condescendiente” Sha de Irán, sucumbiera a los embates del “fundamentalista” Khomeini, favoreciendo con este aporte al entonces “amigo” Saddam Hussein, con quien el diálogo sobre hidrocarburos, era más accesible.
En ambos casos empezó a cruzarse un nuevo agente de conflictos, el factor religioso. La complejidad de las divisiones religiosas de los países orientales, tan poco entendidas por occidente, establecían divisiones y/o ligas que iban más allá de los intereses de país y de grupos económicos. Diferencias ancestrales que presentan en la zona múltiples facetas y visiones, se balcanizaron ante estos conflictos y la distribución de armas entre ellos favoreció el descontrol sobre sus resultados. El fanatismo hace el resto.
Simultáneamente, el doble standard usado por las potencias que podían sostener a dirigentes dictatoriales que respondieran a sus intereses, como el propio Saddam en Irak, o Khadafi en Libia, o regímenes similares en otros países de la región, y sacarlos a sangre y fuego cuando mutaban en esa conducta, sosteniendo grupos opositores con apoyo de armamentos, produjo una dispersión de grupos, intereses, capacidades religiosas y militares de los mismos y posibilidades de control de sus acciones por parte de las potencias, (muchas veces con infiltrados en los mismos, promoviendo cursos de accionar diferente de acuerdo a las expectativas de cada una), que desde hace más de dos décadas, la consolidaron como un mosaico inestable y explosivo. El fanatismo hace el resto.
Cada intervención militar externa en estos países, que luego se retira dejando cerrados sus intereses corporativos, pero cada vez más abiertas las brechas, sociales, políticas y esencialmente religiosas de estos pueblos, libera semillas de odio hacia el sistema occidental y sus operadores. Grupos que a veces se conectan con otros aun sosteniendo diferencias pero “unidos frente al que consideran el causante de sus desgracias”. El fanatismo hace el resto.
En ese marco de acciones desde los países intervinientes, muchos lo hacen desde sus necesidades energéticas corporativas, (como EE.UU., Inglaterra; Rusia; Alemania o Francia) otros por conveniencia en la venta de armas, (Francia es 4º en producción pero el primero en proporción entre armas vendidas al exterior, respecto a las destinadas a sus propias fuerzas militares) y otros por estar bajo los compromisos de alguna de esas potencias o de la Otan o la Comunidad, como España o Italia, sin que el consenso social apoye esas participaciones. También en el interior de estos países, el fanatismo hace el resto.
Muy cercano a este escenario, el Estado de Israel, somete a una humillación diaria y permanente, la posibilidad de convivencia con un Estado Palestino, ante la mirada complaciente de las potencias. El fanatismo hace el resto.
Europa, nunca se hizo cargo del hambre que generó en el mundo; ataca sus consecuencias cuando la afectan, pero no las causas de las que fue responsable.
En paralelo, el nuevo modelo de dominación, al que se integraron EE.UU.; La ex URSS, (hoy Rusia) y hoy también China, no se hacen cargo del terror que promueven ; atacan sus consecuencias cuando los afectan, pero no las causas de las que son responsables.
¿Alguien puede pensar, que la actual situación de terror que hoy sacude a Francia, como ayer lo hiciera, con Inglaterra y España y antes con Estados Unidos, cierra con un bloque mundial, responsabilizando como único enemigo del mundo al apocalíptico Estado Islámico?
¿No quedó claro, que la desaparición de Bin Laden y la caída de perfil de Al Qaeda, no cesaron las motivaciones para engendrar nuevas acciones terroristas?
¿No se asume que si Irak está peor que antes de la muerte de Hussein, y Siria es carcomida por el odio, una nueva intervención armada solo creará nuevas semillas para nuevos engendros terroristas?
¿No será la hora de intentar lograr que los habitantes de medio oriente, o del lugar del mundo que sea, puedan vivir a su modo, sin enfrentarlos para que fluya el petróleo bajo sus piés, o para venderle las armas con las que mate a su hermano, en beneficio de las corporaciones?
¿Necesita la humanidad, despertarse, llorando las muertes en París, o en Londres, o en Madrid o en Nueva York, pero seguir insensible a las muertes por guerras en medio Oriente, como sigue insensible a las muertes por hambre en Africa, o como jamás pidió perdón por los muertos por trata inhumana en los siglos pasados en América, en Africa, en Asia, y la que aún se verifica en tantos lugares del mundo?
Estados Unidos; Rusia; la Comunidad Europea, y la parte que nos corresponde a los demás, por no denunciarlo, ni frenarlo a tiempo, tenemos la responsabilidad por el mundo en que vivimos y por el incierto destino que se avizora, mientras seguimos jugando como víctimas, un juego del que somos responsables.
Manuel Vila
Noviembre 15 de 2015.
Noviembre 15 de 2015.
Magníficas reflexiones, que comparto, mi buen amigo Manuel Vila. Un abrazo.
ResponderEliminarla paz es una palabra llena de hipocresia. Lloramos por Francia, pero no por siria, Argelia,,Irak, El Libano o Palestina. Si no es para todos no sirve. Es verdad somos vicitmas mentirosas de este juego de irresponsables
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