Comenzaba una nueva etapa en la historia argentina, después de la noche interminable de los 70 y comienzo de los 80, después de las desapariciones, y de las muertes en Malvinas.
Unos días antes, Raúl Alfonsín, hablaba ante la Asamblea Legislativa, de los 100 años futuros de democracia. Y nuestro corazón estallaba.
Tres hijos con menos de 12 años, nacidos en ese triste período, nos impulsaron a militar por el regreso a la vida, con los riesgos que eso implicaba, desde el radicalismo, como otros lo habían hecho desde el peronismo.
Y los pensamientos escritos (que pueden sonar exagerados) corregidos para extender a toda la Argentina nuestra visión originalmente porteña eran estos:
Una etapa de opresión
que muere y otra de esperanza que nace; un grupo de argentinos, representando
las vibraciones de tantos otros, reunidos en un recinto para enhebrar un
eslabón nuevo en la historia.
Podríamos estar
hablando del hoy, del momento que con expectativas, ansiedades y sufrimientos,
vivimos los argentinos.
Con la democracia
recuperada, con la libertad reconquistada, con la obligación de hacer nuestro
futuro desde cero, o peor aún, desde el dolor, del esfuerzo inútil, de las
muertes compatriotas, de las miserias cotidianas.
Y podríamos estar
hablando de aquel 9 de Julio de 1816, con iguales miedos, con parecidos
dolores, con similares obligaciones, con comunes esperanzas.
Y aunque a algún
amante de los acartonamientos, le resulte osada la comparación, la rescatamos
como esencial para valorar los esfuerzos y los logros o aún los fracasos de
cada uno.
Porque los héroes no
fueron tales cuando se subieron a un caballo de bronce en una esquina de
(Buenos Aires) una ciudad de Argentina, ni cuando escribieron su nombre en un
libro de historia, frío; enumerativo y
despersonalizado, sino cuando ocultaron una lágrima por la familia
lejana, o cuando tomaron decisiones humanas y falibles, pero decisiones al fin,
como ustedes; como yo, como cualquiera de nosotros.
La historia no se hizo
con mármoles fríos, sino con corazones ardientes.
La historia la hacemos
cada uno de nosotros, día tras día, con éxitos y fracasos, con alegrías y
dolores.
Como aquel puñado de
argentinos, reunidos en una casita tucumana, un 9 de Julio de 1816.
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